Comentario
La ocupación de la Península por los musulmanes fue relativamente fácil debido a los enfrentamientos internos visigodos: poblaciones montañesas (astures, cántabros y vascos) mal sometidas por Roma mantienen su oposición a los reyes visigodos, como recordarán algunas crónicas al decir que Rodrigo supo de la invasión islámica mientras estaba combatiendo a Pamplona; por otra parte, desde mediados del siglo VII, la nobleza visigoda aparece dividida en bandos que se turnan en el poder y en la revuelta contra el monarca reinante; y, aunque aparentemente el reino mantenga la unidad, el proceso de feudalización lo ha convertido en una suma de territorios en los que cada señor, cada gran propietario y jefe militar, dispone de una cierta autonomía y cuenta con grupos armados a su servicio, por lo que difícilmente puede hablarse de un ejército visigodo: éste se reduce al ejército del monarca, al que se suman las tropas de los nobles que le son fieles. A la división entre los dirigentes se añade el desinterés de la población campesina, cuya suerte poco o nada cambiará aunque cambie el señor para el que trabajan; y los invasores podrán contar desde el primer momento con la colaboración interesada de los judíos, continuamente perseguidos en época visigoda y culpados de cuantas calamidades climáticas, políticas o sociales se producen en el reino. En estas condiciones, bastará que una parte del ejército nobiliario, los hijos de Witiza y sus partidarios, se desentienda de la batalla, para que Rodrigo sea derrotado, y para que, con un número reducido de combatientes, los musulmanes ocupen la Península en poco más de tres años. La ocupación no es total: los nuevos señores, pocos en número, se establecen en las zonas más productivas (Andalucía, Levante y Valle del Ebro, fundamentalmente) y en los demás territorios establecen guarniciones encargadas de cobrar los tributos y de recordar con su presencia y posibles campañas la nueva situación política. A lo reducido del número de los musulmanes se añade su falta de preparación: son, ante todo, guerreros, y para gobernar necesitan la ayuda de la población culta sometida, entre la que se reclutan los funcionarios, y a cuyos dirigentes se permite mantener el poder, autoridad y riquezas de época visigoda a cambio de algunos tributos y del reconocimiento de la autoridad del emir de Córdoba; se explican así pactos como el firmado por Teodomiro o Tudmir en la región de Murcia, conservando la religión de sus antepasados, o el que, sin duda, firmó el conde Casio cuyos herederos, convertidos al Islam, los banu Qasi, señorearon en el Valle del Ebro hasta finales del siglo IX; Egilona, viuda de Rodrigo, casará con Abd al-Aziz, hijo de Muza; Sara, nieta de Witiza, casó sucesivamente con dos jefes musulmanes y entre sus descendientes figura uno de los primeros historiadores musulmanes de al-Andalus cuyo nombre, Ibn al-Qutiya -el Hijo de la Goda- recuerda sin la menor duda el origen de su familia y el apoyo prestado a los musulmanes por su abuela. De los hijos de Witiza se dice que cada uno poseía, bajo los musulmanes, mil aldeas...A la colaboración de los nobles vitizanos y de la población urbana se une la de la Iglesia, que mantiene la organización de épocas anteriores bajo el control del arzobispo toledano, al que se permite y, a veces, se anima a convocar concilios. Muertos en combate o huidos los dirigentes militares y eclesiásticos fieles a Rodrigo, la primera oposición a los emires cordobeses procederá no de los cristianos sino del interior del mundo islámico, de los musulmanes de origen norteafricano, beréberes, tratados como inferiores por los árabes e instalados en las montañas del Sistema Central y en la Meseta Norte para hacer frente a los insumisos vascos, cántabros y astures del Norte que ya han rechazado, en Covadonga -722-, a una de las expediciones militares enviadas a someterlos y hacer efectivo el tributo.Sometidos los beréberes, la lucha contra el poder cordobés será dirigida por los muladíes, los visigodos convertidos al Islam, y la suerte de los territorios del Norte, de los futuros reinos y condados cristianos, depende de la inestabilidad interna de al-Andalus: las revueltas beréberes y muladíes permiten afianzar el control del territorio y extender hacia el Sur las fronteras cristianas, cuando los emires y, más tarde, los califas controlan al-Andalus. Los ejércitos cordobeses se encargan de recordar su poder y de hacer efectivos los tributos de los montañeses del Norte, cuya independencia sólo se consolida cuando desaparece el califato en el siglo XI y al-Andalus se fragmenta en multitud de reinos, incapaces de imponer su poder a los cristianos del Norte.La primera resistencia conocida tiene lugar en las montañas de Asturias, donde es derrotada una de las expediciones enviadas para cobrar los tributos y recordar la autoridad de los emires; para la historiografía cristiana, Covadonga será el punto de partida de la Reconquista, sobre cuyo sentido volveremos más adelante; para los cronistas musulmanes, Covadonga no pasa de ser una escaramuza a cuyos protagonistas se olvida desdeñosamente para lamentarlo más adelante: "no había quedado sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres... -escribirá al-Maqqari- y al cabo los despreciaron diciendo: Treinta asnos salvajes ¿qué daño pueden hacernos?... El reinado de Pelayo duró 19 años... Después... reinó Alfonso... abuelo de los Banu Alfonso, que consiguieron prolongar su reino hasta hoy y se apoderaron de lo que los musulmanes les habían tomado".El segundo foco de resistencia al Islam se sitúa en las tierras al Norte de los Pirineos, donde los ejércitos musulmanes son detenidos, en Poitiers -732-, por el franco Carlos Martel, origen de la dinastía carolingia: los musulmanes se enfrentan a los mismos enemigos que los visigodos: a los astures-cántabros-vascones en la Península y a los francos en la zona pirenaica.